Agradezco a día de hoy que en esos momentos fuese tan pequeña, ya que los recuerdos antes del año de vida son difíciles de recordar.
Me abandonaron en las escaleras de emergencia del hospital del condado. La vida triste y solitaria de la doctora Catherine Smith, estaba a punto de cambiar.
Cathy, como la llamaban en el hospital, comenzó su día con la misma rutina de siempre, café con magdalenas mientras releía la misma revista que llevaba siglos sobre la mesa de la cocina. Miraba por la ventana apurando los últimos sorbitos de café, y de nuevo suspiraba profundamente; la pregunta era simple, pero siempre igual... ¿me pasará algo bueno hoy?
Su mente volaba imaginando las maravillas que ella deseaba que le ocurrieran.
Un amor desbordante que la quisiera con sus millones de defectos, unos amigos que no desaparecieran cada vez que ella no podía invitar a cenar, una familia que no la tratase como la “rarita” solo por el hecho de estar soltera con 36 años; y una oportunidad para aquella novela que termino hacía un año, y que ahora descansaba en el segundo cajón de su mesita de escritora.
Cathy soñaba con un mundo personal en el que sonreír, no fuese algo tan difícil, o caro.
Y así soñaba, con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana y los ojos cerrados. La vecina de enfrente, cuya pasión era el chismorreo, se inventó que Cathy bebía compulsivamente de noche; y que al despertar, estaba aún tan borracha que se quedaba dormida de pie contra la ventana. Cuando Cathy se enteró no le dio ninguna importancia y dejó que siguiera con sus historias. El chisme duró meses hasta que llegó al edificio una chica asiática.
Fin del chisme, comienzo del siguiente.
Cathy terminó su café y miró el reloj, como siempre, saldría con el tiempo suficiente para dar un paseo hasta el hospital. Solía parar cinco minutos para sentarse en el parque de la esquina y relajarse respirando el frescor de las plantas recién regadas. Antes de llegar, compraba unos dulces y algo de fruta en el puesto de Marcos, un muchacho de Cuba muy apuesto que la trataba siempre con mucha dulzura.
Y así, día tras día hasta cruzar la puerta del hospital.
Al no estar casada, ni con cargas familiares, Cathy era la “Chica S.O.S”.Todos recurrían a ella para cambiar turnos, hacer noches, doblar más turnos...
Su único amor era su trabajo, así que decidió entregarse en cuerpo y alma a ello. La historia de amor entre Cathy y el Hospital comenzó a muy temprana edad...
Con quince años presenció un accidente por atropellamiento, la victima era una chica que estudiaba en su misma escuela. Sin saber muy bien qué la impulsó, corrió hasta la chica tendida en el suelo, le tapó con fuerza la herida de la cabeza mientras le hablaba y le pedía que no se durmiera. Para evitarlo, le contó una pequeña mentira que mantuvo consciente a la chica. Le dijo que había un chico guapísimo en el patio que la miraba mucho, y que siempre que ella pasaba se quedaba atontado.
Aquel acto inocente fue crucial hasta que la ambulancia llegó.
Cathy le sonrió y le dijo. “Todo saldrá bien”
La chica se salvó y fueron íntimas amigas hasta que las universidades las separaron. Cathy la recordaba a menudo.
En ese accidente nació su amor hacía el mundo de los hospitales, y se dijo a sí misma que llegaría a ser médico.
Consiguió una estupenda nota que la hizo destacar entre sus compañeros de facultad. Estudiaba día y noche, investigaba todas sus dudas y buscaba maneras altruistas de aprender más.
Se decantó por el mundo de los niños convirtiéndose en una magnifica pediatra. Al principio era respetada por sus compañeros, pero al comprobar que Cathy no tenia a nadie que la esperase en casa, empezaron a pedir favores hasta convertirlo en una fea costumbre.
Aunque ella no se quejaba; había jurado amor eterno a su hospital, al menos allí tenía cosas que hacer y se sentía acompañada.
Pero aquella mañana era diferente.
Mientras se cambiaba en el vestuario pensaba en lo sola que se sentía. Ella también tenía sentimientos.
Aunque su hospital le llenaba de felicidad, nadie le abrazaba nunca, ni la llamaban por teléfono para preguntarle "¿compro yo el pan, o lo traes tu?"... pequeñas tonterías que llenan el corazón de una persona. Sentir que formas parte de la vida de alguien, y que a su vez, esa persona forma parte de la tuya. Unión.
Su cuerpo de mujer era como un cuadro; hermoso, con formas y curvas; artístico e hipnótico. Igual que escondía su obra escrita, ocultaba su cuerpo en ropas sencillas nada ostentosas. Los pocos hombres que alguna vez la “amaron”, se marcharon al amanecer mientras ella aún dormía.
Con determinada edad y encerrada prácticamente 15 horas al día en un hospital, había poco espacio para conocer a alguien.
Y en su corazón, un anhelo: Ser madre.
Amaba a los niños; a los hijos de sus hermanos, a los hijos de sus amigos y a los miles de niños que atendió y salvó.
En los ojos de aquellos pequeños veía la pureza del ser humano. Se maravillaba de lo hermosos que somos cuando aún no conocemos el sufrimiento.
Vestía su atuendo de doctora adornado con pinzas de colores por el pelo, y parches de Mickey Mousse cosidos a la bata.
Comenzaba un nuevo día cuando, unos gritos desde el pasillo alertaban de una urgencia.
-¡¡¡Doctora Smith!!!- Gritaban las enfermeras-
Accidente múltiple de
trafico, choque en cadena, más de 5 coches involucrados en la
colisión. Dos fallecidos declarados en el lugar del accidente, 6
heridos... uno de ellos muy grave: un niño de apenas siete años.
Iba a la escuela, su madre conducía, pero esa mañana aquella mujer
se dirigía a firmar la sentencia de divorcio después de dejar al
pequeño Alex en el colegio. Mientras conducía recordaba como
conoció a su marido, algún detalle de su noviazgo, la boda, el
nacimiento de Alex; se le llenaban los ojos de lagrimas, miraba a su
hijo desde el retrovisor y se le rompía el corazón. Las lagrimas se
hicieron enemigas de sus ojos y le nublaron la visión lo suficiente,
como para perder el control y chocar bruscamente contra una
furgoneta. Los coches de atrás colisionaron contra el suyo dejando
el habitáculo trasero absolutamente deformado.
Cathy, al ver a ese pequeño niño cubierto de sangre sacó todo su valor y fuerzas para salvarlo...
Cathy entendió que ya nada se podía hacer; pidió a su equipo que se marcharan. Se sentó al lado del pequeño, le agarró su manita y mientras le acariciaba la cara, le susurro una nana que su madre le cantaba de pequeña.
Media hora después... Alex, se iba en Paz.
No es fácil expresar con
palabras lo que Cathy sintió. Dejemos este espacio en silencio.
Absolutamente destrozada, salió de quirofano buscando un lugar donde esconderse para llorar la muerte de aquel pequeño ángel.
Y fue entonces, cuando la vida continua; y aunque unos desgraciadamente se marchen, otros llegan.
El Amor es la madre de todos los seres que habitamos en este mundo. Cathy luchó hasta que comprendió que Alex se estaba muriendo; y decidió acompañarle en sus últimos minutos con dulzura, cantándole y acariciándole para que no tuviera miedo. Y aunque no es nada agradable ver morir a nadie, y mucho menos a un niño, es importante que cuando llega el momento, sepamos respetarlo.
Yo no había sufrido un accidente, pero me encontraba sola, con frio y hambre. Así que supongo que me puse a llorar muy sonoramente.
Me miró y entendió que nada es casual. Allí estaba yo y allí estaba ella, nuestro amor fue instantáneo y fuerte como el acero.
Ella era parte de mi y yo de ella; no salí de su cuerpo, pero me encontró cuando más lo necesitaba.
Dentro del cestillo había una nota: “Cuídenla por favor”
Mi Madre, Cathy, es una
fabulosa doctora; me crió con amor y día a día cuida a miles de
niños. Unos vienen, otros crecen y otros se van. Ella me ha enseñado a
respetar la vida, a sentir cada instante por insignificante que sea;
a llorar y a reír escandalosamente; a pelear por mis ideales, y a
ser una mujer valiente y perseverante.
Me encontró en un cesto,
y me llamó Alexandra.
Madre Luna
En la madrugada (cómo no) del 31 de Julio de 2012.
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