La
vida, la sociedad e incluso las propias mujeres, le habían enseñado
que si querías conseguir algo en ésta vida tu deber era el de
“estar SIEMPRE perfecta”
Cuerpo
esbelto, liso, sin michelín, ni vello. Ni un gramo de grasa; y
¡¡¡por Dios!!! tírate por la ventana si te salen estrías o
celulitis.
El
pelo suave y a poder ser rubio, (“ellos se sienten atraídos por
las rubias”) corte de pelo de diseño y bien peinado. Todos los
días, por supuesto.
Pedicura,
manicura, depilación láser, ingles brasileñas, maquillaje y
perfume (del caro, pero vamos, ahora los imitan muy bien)
Esas, y muchas más gilipolleces fueron los aprendizajes de la joven Liz. Fueron sus propias compañeras, su madre y sus hermanas, las que le enseñaron a ser una “mujer”.
En
realidad Liz era muy hermosa. Sus ojitos pequeños estaban llenos de
vida y alegría, su pelo castaño brillaba con fuerza a la luz del
sol, su piel blanquecina y sin broncear era suave como la seda. Sus
manos eran aterciopeladas pese a trabajar muy duro día a día. Su
peinado era sencillo, como su vestimenta. Nunca le gustó ser
ostentosa, ni fardar de una realidad que no contrastaba con su
personalidad.
No pudo sacar ninguna carrera universitaria, ya que desde muy temprana edad abandono los estudios para trabajar y ayudar a la economía de su familia.
Trabajó
incansablemente hasta altas horas, y madrugó cuando aún la luna
reinaba en el cielo. Agotada y con una pequeña reserva de fuerzas,
Liz, sacaba un ratito para visitar a sus amigos. Ellos la querían,
porque Liz era la confidente de todos, escuchaba cada problema o cada
historia hasta el final aunque su cuerpo no le respondiese por el
cansancio.
Pero
Liz, aquella luchadora incansable, estaba cansada de luchar.
La
decepcionaron y se burlaron de su corazón; la engañaron para
aprovecharse de su inocencia, y como siempre, Liz esperó a que el
sol volviese a brillar.
Pero todo llegó cuando se enamoró por primera vez. Impactada por la magnitud del sentimiento que en ella crecía, tomó de confidente a la persona incorrecta: una amiga, que más bien, era una autentica interesada. Su estrecha visión de la vida le hacía tener como referencia de aprendizaje las revistas del corazón y la moda. Se arrimó a Liz para que ésta le “ayudase”, o más bien, le “hiciese” los trabajos hasta los que su limitada inteligencia podía llegar.
Liz
le confesó sus sentimientos; sentía que aquella muchacha, quien se
autoproclamaba como una experta en temas afectivos, podía orientar
sus pasos hacia el triunfo.
-¿Enserio? ¡Caramba Liz! vas a tener que dar un giro radical a tu estética, porque dudo que él se fije en ti con ese atuendo. Tú hazme caso, que yo de esto sé mucho. Mi experiencia con los chicos es estupenda. Aunque me gusta ligar con todos por eso no me quedo con ninguno. Pero yo, me lo puedo permitir. Tú deberás cambiar o conformarte con lo que las demás no queramos. ¡Vamos! Con las migas que quedan después del banquete, ya sabes.
Liz captó su ironía, aquellas palabras le hicieron sentir insegura de sí misma. Pero era su “amiga” y la quería a sabiendas de sus diferencias personales. Ella sabía mucho y Liz, apenas sabía nada. Se entregó por completo a los cambios necesarios para ser “una buena mujer”.
Como
era de esperar, no paso nada con aquel joven.
Al
poco tiempo conoció a otro, y éste, resultó ser un devastador
tsunami emocional. Llegó con fuerza; destruyó cada rincón y
regresó por donde había venido.
Liz
se refugió en la esperanza; pero como él, vinieron más. Ella no
entendía por qué todos la trataban de ese modo. Por qué nadie
entendía y respetaba su sensibilidad. Había seguido todos los
consejos, que a lo largo del tiempo, muchas mujeres le habían dado
para ser una mujer de éxito.
Se
sentía cansada y decepcionada.
Fue
entonces; en ese instante, cuando una hermosa mujer apagaba las luces
de su interior jurándose a si misma que no las volvería a encender.
Protegería su corazón en un cofre imposible de atravesar. La
desconfianza y el dolor la dejaron a la deriva.
Nadie
se fijó en los detalles que hacían a Liz tan bonita, no repararon
en su sonrisa, ni en sus ojos sinceros, no acariciaron su piel con
dulzura, ni mimaron su noble corazón. Nadie.
Y
ahora, frente a un espejo observaba su cuerpo y sus ojos cansados de
llorar.
Sabía
que jamás sería parte de ese canon de mujeres consideradas
“Exitosas, atractivas o interesantes”
Ella
no...ella simplemente era Liz... siempre lo fue...pese a las
adversidades y los bofetones que le propino la vida. Nunca dejó de
ser ella misma. Ni siquiera cuando todos los consejos le invitaban a
cambiar.
Cada día, despreciamos a grandiosas mujeres juzgándolas por el físico, sin un puñetero instante para mirar su interior. Entiendo, y como mujer que soy afirmo, que las mujeres y la estética están ligadas desde tiempos remotos.
Pero
por favor, ¿en qué nos estamos convirtiendo?... ¿en títeres?
Se
valora más el tinte de pelo, antes que una buena conversación.
Favorece
más un vestido bien ceñido, que una sonrisa sincera.
En
fin...
Como
mujer; estoy harta de este tipo de historias que se repiten cada día
por todo el mundo.
Seamos
sinceros con nosotros mismos... ¿Qué nos enamora realmente de una
mujer?
¡Basta ya de tanta hipocresía!
Porque
estamos construyendo una nueva sociedad de estúpidas anorexicas,
cuya única inquietud será estar siempre a la moda, tener novio y
ser super mega guay.
Y
cuando crezcan, nunca se habrán parado a mirarse por dentro para
conocerse.
No
será culpa de ellas... si no de TODO lo que la sociedad está
creando.
Hagamos
las cosas bien... por el bien de ellas...de ellos y de TODOS
Y
seguro que pensarás... “la Madre Luna ésta será una tía fea e
insoportable...”
Fea,
guapa, del montón, estupenda, aceptable...
Tacharme
como os dé la gana
Soy una mujer con personalidad... eso viste más que un traje de Armani.
Para
todas las mujeres luchadoras incansables
MADRE LUNA
En
la nocturnidad del 25 de Julio de 2012
(Versión
revisada y corregida en Noviembre de 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario