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lunes, 30 de julio de 2012

WHEN SHE FOUND ME

Era un bebé; quizás no llegaba al año cuando, los que eran mis padres, decidieron apartarme de sus vidas.

Agradezco a día de hoy que en esos momentos fuese tan pequeña, ya que los recuerdos antes del año de vida son difíciles de recordar.
Me abandonaron en las escaleras de emergencia del hospital del condado. La vida triste y solitaria de la doctora Catherine Smith, estaba a punto de cambiar.
Cathy, como la llamaban en el hospital, comenzó su día con la misma rutina de siempre, café con magdalenas mientras releía la misma revista que llevaba siglos sobre la mesa de la cocina. Miraba por la ventana apurando los últimos sorbitos de café, y de nuevo suspiraba profundamente; la pregunta era simple, pero siempre igual... ¿me pasará algo bueno hoy?
Su mente volaba imaginando las maravillas que ella deseaba que le ocurrieran.
Un amor desbordante que la quisiera con sus millones de defectos, unos amigos que no desaparecieran cada vez que ella no podía invitar a cenar, una familia que no la tratase como la “rarita” solo por el hecho de estar soltera con 36 años; y una oportunidad para aquella novela que termino hacía un año, y que ahora descansaba en el segundo cajón de su mesita de escritora.

Cathy soñaba con un mundo personal en el que sonreír, no fuese algo tan difícil, o caro.
Y así soñaba, con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana y los ojos cerrados. La vecina de enfrente, cuya pasión era el chismorreo, se inventó que Cathy bebía compulsivamente de noche; y que al despertar, estaba aún tan borracha que se quedaba dormida de pie contra la ventana. Cuando Cathy se enteró no le dio ninguna importancia y dejó que siguiera con sus historias. El chisme duró meses hasta que llegó al edificio una chica asiática.
Fin del chisme, comienzo del siguiente.

Cathy terminó su café y miró el reloj, como siempre, saldría con el tiempo suficiente para dar un paseo hasta el hospital. Solía parar cinco minutos para sentarse en el parque de la esquina y relajarse respirando el frescor de las plantas recién regadas. Antes de llegar, compraba unos dulces y algo de fruta en el puesto de Marcos, un muchacho de Cuba muy apuesto que la trataba siempre con mucha dulzura.
Y así, día tras día hasta cruzar la puerta del hospital.

Al no estar casada, ni con cargas familiares, Cathy era la “Chica S.O.S”.Todos recurrían a ella para cambiar turnos, hacer noches, doblar más turnos...
Su único amor era su trabajo, así que decidió entregarse en cuerpo y alma a ello. La historia de amor entre Cathy y el Hospital comenzó a muy temprana edad...
Con quince años presenció un accidente por atropellamiento, la victima era una chica que estudiaba en su misma escuela. Sin saber muy bien qué la impulsó, corrió hasta la chica tendida en el suelo, le tapó con fuerza la herida de la cabeza mientras le hablaba y le pedía que no se durmiera. Para evitarlo, le contó una pequeña mentira que mantuvo consciente a la chica. Le dijo que había un chico guapísimo en el patio que la miraba mucho, y que siempre que ella pasaba se quedaba atontado.

Aquel acto inocente fue crucial hasta que la ambulancia llegó.
Cathy le sonrió y le dijo. “Todo saldrá bien”
La chica se salvó y fueron íntimas amigas hasta que las universidades las separaron. Cathy la recordaba a menudo.
En ese accidente nació su amor hacía el mundo de los hospitales, y se dijo a sí misma que llegaría a ser médico.

Consiguió una estupenda nota que la hizo destacar entre sus compañeros de facultad. Estudiaba día y noche, investigaba todas sus dudas y buscaba maneras altruistas de aprender más.
Se decantó por el mundo de los niños convirtiéndose en una magnifica pediatra. Al principio era respetada por sus compañeros, pero al comprobar que Cathy no tenia a nadie que la esperase en casa, empezaron a pedir favores hasta convertirlo en una fea costumbre.
Aunque ella no se quejaba; había jurado amor eterno a su hospital, al menos allí tenía cosas que hacer y se sentía acompañada.

Pero aquella mañana era diferente.
Mientras se cambiaba en el vestuario pensaba en lo sola que se sentía. Ella también tenía sentimientos.
Aunque su hospital le llenaba de felicidad, nadie le abrazaba nunca, ni la llamaban por teléfono para preguntarle "¿compro yo el pan, o lo traes tu?"... pequeñas tonterías que llenan el corazón de una persona. Sentir que formas parte de la vida de alguien, y que a su vez, esa persona forma parte de la tuya. Unión.

Su cuerpo de mujer era como un cuadro; hermoso, con formas y curvas; artístico e hipnótico. Igual que escondía su obra escrita, ocultaba su cuerpo en ropas sencillas nada ostentosas. Los pocos hombres que alguna vez la “amaron”, se marcharon al amanecer mientras ella aún dormía.
Con determinada edad y encerrada prácticamente 15 horas al día en un hospital, había poco espacio para conocer a alguien.
Y en su corazón, un anhelo: Ser madre.
Amaba a los niños; a los hijos de sus hermanos, a los hijos de sus amigos y a los miles de niños que atendió y salvó.
En los ojos de aquellos pequeños veía la pureza del ser humano. Se maravillaba de lo hermosos que somos cuando aún no conocemos el sufrimiento.
Vestía su atuendo de doctora adornado con pinzas de colores por el pelo, y parches de Mickey Mousse cosidos a la bata.

Comenzaba un nuevo día cuando, unos gritos desde el pasillo alertaban de una urgencia.

-¡¡¡Doctora Smith!!!- Gritaban las enfermeras-



Accidente múltiple de trafico, choque en cadena, más de 5 coches involucrados en la colisión. Dos fallecidos declarados en el lugar del accidente, 6 heridos... uno de ellos muy grave: un niño de apenas siete años. Iba a la escuela, su madre conducía, pero esa mañana aquella mujer se dirigía a firmar la sentencia de divorcio después de dejar al pequeño Alex en el colegio. Mientras conducía recordaba como conoció a su marido, algún detalle de su noviazgo, la boda, el nacimiento de Alex; se le llenaban los ojos de lagrimas, miraba a su hijo desde el retrovisor y se le rompía el corazón. Las lagrimas se hicieron enemigas de sus ojos y le nublaron la visión lo suficiente, como para perder el control y chocar bruscamente contra una furgoneta. Los coches de atrás colisionaron contra el suyo dejando el habitáculo trasero absolutamente deformado.

Cathy, al ver a ese pequeño niño cubierto de sangre sacó todo su valor y fuerzas para salvarlo...
Tres horas después, el pequeño Alex se debatía con débiles latidos, entre quedarse o marcharse.
Cathy entendió que ya nada se podía hacer; pidió a su equipo que se marcharan. Se sentó al lado del pequeño, le agarró su manita y mientras le acariciaba la cara, le susurro una nana que su madre le cantaba de pequeña.

Media hora después... Alex, se iba en Paz.

No es fácil expresar con palabras lo que Cathy sintió. Dejemos este espacio en silencio.

Absolutamente destrozada, salió de quirofano buscando un lugar donde esconderse para llorar la muerte de aquel pequeño ángel.
Escapó a las escaleras de emergencia y rompió a llorar. 
Y fue entonces, cuando la vida continua; y aunque unos desgraciadamente se marchen, otros llegan.

El Amor es la madre de todos los seres que habitamos en este mundo. Cathy luchó hasta que comprendió que Alex se estaba muriendo; y decidió acompañarle en sus últimos minutos con dulzura, cantándole y acariciándole para que no tuviera miedo. Y aunque no es nada agradable ver morir a nadie, y mucho menos a un niño, es importante que cuando llega el momento, sepamos respetarlo.

Yo no había sufrido un accidente, pero me encontraba sola, con frio y hambre. Así que supongo que me puse a llorar muy sonoramente.
Cathy levantó la mirada buscando la procedencia de aquel vigoroso llanto... y fue cuando ella me encontró.
Me miró y entendió que nada es casual. Allí estaba yo y allí estaba ella, nuestro amor fue instantáneo y fuerte como el acero.
Ella era parte de mi y yo de ella; no salí de su cuerpo, pero me encontró cuando más lo necesitaba.
Dentro del cestillo había una nota: “Cuídenla por favor”

Mi Madre, Cathy, es una fabulosa doctora; me crió con amor y día a día cuida a miles de niños. Unos vienen, otros crecen y otros se van. Ella me ha enseñado a respetar la vida, a sentir cada instante por insignificante que sea; a llorar y a reír escandalosamente; a pelear por mis ideales, y a ser una mujer valiente y perseverante.

Me encontró en un cesto, y me llamó Alexandra.

Madre Luna

En la madrugada (cómo no) del 31 de Julio de 2012.

martes, 24 de julio de 2012

MUJER EN EL ESPEJO

Llegado el momento, se paró frente al espejo mirando detenidamente cada parte de su cuerpo, sintiéndose cada vez más insignificante.


La vida, la sociedad e incluso las propias mujeres, le habían enseñado que si querías conseguir algo en ésta vida tu deber era el de “estar SIEMPRE perfecta”
Cuerpo esbelto, liso, sin michelín, ni vello. Ni un gramo de grasa; y ¡¡¡por Dios!!! tírate por la ventana si te salen estrías o celulitis.
El pelo suave y a poder ser rubio, (“ellos se sienten atraídos por las rubias”) corte de pelo de diseño y bien peinado. Todos los días, por supuesto.
Pedicura, manicura, depilación láser, ingles brasileñas, maquillaje y perfume (del caro, pero vamos, ahora los imitan muy bien)

Esas, y muchas más gilipolleces fueron los aprendizajes de la joven Liz. Fueron sus propias compañeras, su madre y sus hermanas, las que le enseñaron a ser una “mujer”.
En realidad Liz era muy hermosa. Sus ojitos pequeños estaban llenos de vida y alegría, su pelo castaño brillaba con fuerza a la luz del sol, su piel blanquecina y sin broncear era suave como la seda. Sus manos eran aterciopeladas pese a trabajar muy duro día a día. Su peinado era sencillo, como su vestimenta. Nunca le gustó ser ostentosa, ni fardar de una realidad que no contrastaba con su personalidad.

No pudo sacar ninguna carrera universitaria, ya que desde muy temprana edad abandono los estudios para trabajar y ayudar a la economía de su familia.
Trabajó incansablemente hasta altas horas, y madrugó cuando aún la luna reinaba en el cielo. Agotada y con una pequeña reserva de fuerzas, Liz, sacaba un ratito para visitar a sus amigos. Ellos la querían, porque Liz era la confidente de todos, escuchaba cada problema o cada historia hasta el final aunque su cuerpo no le respondiese por el cansancio.
Pero Liz, aquella luchadora incansable, estaba cansada de luchar.
La decepcionaron y se burlaron de su corazón; la engañaron para aprovecharse de su inocencia, y como siempre, Liz esperó a que el sol volviese a brillar.

Pero todo llegó cuando se enamoró por primera vez. Impactada por la magnitud del sentimiento que en ella crecía, tomó de confidente a la persona incorrecta: una amiga, que más bien, era una autentica interesada. Su estrecha visión de la vida le hacía tener como referencia de aprendizaje las revistas del corazón y la moda. Se arrimó a Liz para que ésta le “ayudase”, o más bien, le “hiciese” los trabajos hasta los que su limitada inteligencia podía llegar.
Liz le confesó sus sentimientos; sentía que aquella muchacha, quien se autoproclamaba como una experta en temas afectivos, podía orientar sus pasos hacia el triunfo.

-¿Enserio? ¡Caramba Liz! vas a tener que dar un giro radical a tu estética, porque dudo que él se fije en ti con ese atuendo. Tú hazme caso, que yo de esto sé mucho. Mi experiencia con los chicos es estupenda. Aunque me gusta ligar con todos por eso no me quedo con ninguno. Pero yo, me lo puedo permitir. Tú deberás cambiar o conformarte con lo que las demás no queramos. ¡Vamos! Con las migas que quedan después del banquete, ya sabes.

Liz captó su ironía, aquellas palabras le hicieron sentir insegura de sí misma. Pero era su “amiga” y la quería a sabiendas de sus diferencias personales. Ella sabía mucho y Liz, apenas sabía nada. Se entregó por completo a los cambios necesarios para ser “una buena mujer”.
Como era de esperar, no paso nada con aquel joven.
Al poco tiempo conoció a otro, y éste, resultó ser un devastador tsunami emocional. Llegó con fuerza; destruyó cada rincón y regresó por donde había venido.
Liz se refugió en la esperanza; pero como él, vinieron más. Ella no entendía por qué todos la trataban de ese modo. Por qué nadie entendía y respetaba su sensibilidad. Había seguido todos los consejos, que a lo largo del tiempo, muchas mujeres le habían dado para ser una mujer de éxito.
Se sentía cansada y decepcionada.
Fue entonces; en ese instante, cuando una hermosa mujer apagaba las luces de su interior jurándose a si misma que no las volvería a encender. Protegería su corazón en un cofre imposible de atravesar. La desconfianza y el dolor la dejaron a la deriva.
Nadie se fijó en los detalles que hacían a Liz tan bonita, no repararon en su sonrisa, ni en sus ojos sinceros, no acariciaron su piel con dulzura, ni mimaron su noble corazón. Nadie.
Y ahora, frente a un espejo observaba su cuerpo y sus ojos cansados de llorar.
Sabía que jamás sería parte de ese canon de mujeres consideradas “Exitosas, atractivas o interesantes”
Ella no...ella simplemente era Liz... siempre lo fue...pese a las adversidades y los bofetones que le propino la vida. Nunca dejó de ser ella misma. Ni siquiera cuando todos los consejos le invitaban a cambiar.

Cada día, despreciamos a grandiosas mujeres juzgándolas por el físico, sin un puñetero instante para mirar su interior. Entiendo, y como mujer que soy afirmo, que las mujeres y la estética están ligadas desde tiempos remotos.
Pero por favor, ¿en qué nos estamos convirtiendo?... ¿en títeres?
Se valora más el tinte de pelo, antes que una buena conversación.
Favorece más un vestido bien ceñido, que una sonrisa sincera.
En fin...
Como mujer; estoy harta de este tipo de historias que se repiten cada día por todo el mundo.
Seamos sinceros con nosotros mismos... ¿Qué nos enamora realmente de una mujer?

¡Basta ya de tanta hipocresía!
Porque estamos construyendo una nueva sociedad de estúpidas anorexicas, cuya única inquietud será estar siempre a la moda, tener novio y ser super mega guay.
Y cuando crezcan, nunca se habrán parado a mirarse por dentro para conocerse.
No será culpa de ellas... si no de TODO lo que la sociedad está creando.
Hagamos las cosas bien... por el bien de ellas...de ellos y de TODOS
Y seguro que pensarás... “la Madre Luna ésta será una tía fea e insoportable...”
Fea, guapa, del montón, estupenda, aceptable...
Tacharme como os dé la gana

Soy una mujer con personalidad... eso viste más que un traje de Armani.

Para todas las mujeres luchadoras incansables

MADRE LUNA
En la nocturnidad del 25 de Julio de 2012
(Versión revisada y corregida en Noviembre de 2013)

domingo, 15 de abril de 2012

LLEGABA TARDE...

Llegaba tarde; una densa niebla había ocupado toda la zona.
Solo le pedía a Dios que una de aquellas sombras fuera mi hermano.

Me sentía muy mal; mi cuerpo estaba exhausto y mi mente revivía una y otra vez los calvarios que había soportado. Aún así, mis pocas fuerzas me alentaban para continuar.
El miedo y la incertidumbre me invadieron el corazón, pero seguí caminando y rezando en silencio.
Mi hermano había conseguido escapar -o al menos eso creía- mi suerte llegó días después.

Antes de que todo comenzase, recuerdo una conversación entre él y yo en la que decíamos que si algo sucediese nos escaparíamos y acudiríamos a la entrada del puente que unía la ciudad con el bosque.
En aquel lugar, hoy desértico y destrozado por las bombas, jugábamos cuando éramos niños. Mil y una aventuras imaginábamos; su frondosa vegetación daba lugar a nuestras fantasías, sus altísimos árboles se convertían en guaridas o villanos. Cualquier historia era posible en el bosque. Solos e inocentes, nunca podríamos llegar a imaginar lo que en unos pocos años sucedería.

Continué caminando con paso temeroso mientras la niebla me dibuja siluetas que me hacían temblar de pánico ante la idea de que los alemanes nos hubiesen tendido una emboscada.
Escapé de ese horrible lugar camuflado entre los cadáveres durante horas que se hicieron infinitas. Soporté el hedor de los cuerpos que yacían amontonados sin ninguna piedad ni respeto. Lloraba y me mordía la lengua para paliar el llanto. Me retorcía de rabia al pensar en que manera tantos inocentes habían sido aniquilados sin la más mínima razón.

Y solo un anhelo me mantenía con la calma para no matarlos a todos… Tenía que encontrar a mi hermano.

Mis padres y mis hermanas fueron fusilados ante nuestros ojos.
Cheri no tenía ni siete años cuando un hombre sin alma la encañonó en la cabeza y disparó sin dudarlo. Su pelo dorado se coloreó de sangre y la luz de sus enormes ojos marrones se desplomaron contra el suelo.
Ante la insoportable impotencia de estar atado de pies y manos, desde lo más profundo de mi corazón salió un alarido que recorrió todos los recovecos de aquel campo donde se nos había encerrado. Incluso la guardia se estremeció.
Mataron una a una a mis hermanas ante los ojos de mis padres.
Sinceramente no habría palabras para describir lo que ellos sintieron.
No conseguiría explicar el rostro de mi padre… y los gritos de mi madre. Cualquier palabra resultaría escasa.
Mi hermano Jacob y yo habíamos sido perdonados solo por el hecho de ser hombres jóvenes; aunque en ese caso, ambos, hubiésemos deseado la muerte.
La ultima en morir fue mi pobre madre, que en el minuto antes de ser atravesada por la infinidad de balas que dispararon contra ella, nos miró fijamente a los ojos y entre susurros nos dijo “Os amo hijos míos”

Fue en ese preciso momento cuando en mi corazón nació el odio.

Mi consuelo se basaba en trazar una estrategia para vengar las salvajes muertes de mi familia. Pero mi hermano Jacob tenía dieciséis años y no podía dejarle huérfano. Tarde o temprano me habrían asesinado como hacían con todo el que se revelaba contra ellos.
Ya casi estaba en las puertas del bosque; lo podía oler, lo podía sentir, aunque la maldita niebla no me dejase ver a más de cincuenta metros. Las sombras iban acompañadas de pequeñas notas de voz que no hablan en alemán. Eran como susurros; eso me tranquilizaba ya que solo hablamos tan levemente los que estamos escapando.
Al llegar al final del puente divisé el imperioso árbol que increíblemente seguía en pie. Cuando bajé la vista al frente observé como aproximadamente unas veinte o treinta personas se escondían entre las malezas. Algunas, tiradas en el suelo, fingían estar muertas.
En ese momento me di cuenta y me identifiqué...

-No soy alemán, por favor salgan, vengo escapando del campo, por favor ayúdenme… por favor ayúdenme… por favor…

Toda la tensión brotó de mi cuerpo y rompí a llorar.
Caí al suelo y me acurruqué como un niño asustado cuando, una mano se deslizó suavemente por mi cara, levanté la mirada y vi a una muchacha con la cara llena de golpes y las ropas rotas.
Una muchacha que llevaba en sus ojos la marca del sufrimiento; una muchacha, que en un momento de desolación como el que vivíamos, me regaló la sonrisa más dulce que jamás había visto.
Se agachó al suelo y me rodeo con sus brazos; con un hilo de voz me dijo:
-Tranquilo, todo saldrá bien. Estoy a tu lado y vamos a salir de ésta.

Me quedé en paz fundido en sus brazos. Después de tanto horror, el cariño y la dulzura sabían a agua fresca, a sol y a seda.
Supuse que con el transcurrir de los años conseguiría asimilar las brutalidades que viví; pero ese no era el momento de venirse abajo, sino de hacerse más fuerte, de pelear más que nunca por nuestras vidas y por supuesto, debía encontrar a mi hermano

Conocía perfectamente el bosque y sus recovecos, y hasta que pudiésemos seguir nuestro camino sin el temor a ser aniquilados por los alemanes, nos esconderíamos en él.

Mientras caminábamos todos juntos me sumergí en mis pensamientos:

Todos los días esperaré a mi hermano hasta que consiga llegar.
 Sé que llegará, él es valeroso y muy astuto.
 Ya siento como a cada minuto está más cerca.
 Y si nunca llegase… sé… que al menos lo intentó.”


Para mi queridísimo amigo Pablo.

MADRE LUNA (2012)