Ha llegado el momento… Tengo que hablaros de algo.
Desde siempre mi gran rival fue a la vez mi mayor virtud,
un corazón que no entendía de límites al amar. Al comienzo de mi juventud
explosionó en mi interior como un volcán y dejó correr ríos de impetuosidad que
me llevaron a amar con toda la intensidad que me dictaba aquel fuego interno.
Pero la erupción no puede ser perpetua y el ardor fue doblegándose hasta quedar
una corriente constante y no tan febril.
No voy a relatar la trayectoria de los años que le
siguieron, pero aquellos fueron determinantes. Quizá es imaginable por mis
palabras, y solo diría que no fueron las personas adecuadas con las que me tocó
aprender a amar.
Hoy echo la vista atrás y recuerdo muchas cosas, ninguna
sangra ya, pero permanecen. Es triste, pero la gran mayoría de recuerdos, con
los años, han dejado de ser idealizados para captar la realidad de lo que
sucedía. Me doy cuenta de que era una niña, una autentica ignorante que creía
conocer la verdad del amor, y tenía el corazón rebosante de inocente confianza.
Estúpida, e incluso, muchas veces, absurda.
Así es como me he sentido durante tantos años… amando a
personas que no me amaban; ocultando sus defectos y magnificando los míos;
flagelándome por ello, por ser "defectuosa".
He sido humillada, insultada y manipulada. Muy pocas veces me sentí correspondida en sentimientos. Me han mentido
con sonrisas en la cara, me han prometido lo que nunca existió; me han hecho,
por mucho que me duela decirlo, odiar y despreciar mi persona por no poder ser
más, por no poder llegar a ser quienes querían que fuera.
Perdí el rumbo al querer agradar a cualquier precio. Hubo
ciertas personas a las que amé con tal sinceridad que, aun sabiendo que no
sentían lo mismo, les brindé mi tiempo y mi dedicación sin esperar nada a
cambio. Tan solo verles felices.
Me destrocé el alma, las fuerzas y los sentimientos por el
camino. Cada vez me notaba más ligera a consecuencia de quedarme más y más
vacía. Decepcionada con mi suerte y enfadada con Dios, lentamente me fui
dejando llevar a un lugar oscuro llamado dolor.
No fue solo el amor lo que me hirió de muerte… hubo más
situaciones en diferentes aspectos, y todas ellas formaron un gran acumulo.
Un gran hombre me dijo una vez, que hay cosas en esta vida
que cursan en silencio y un buen día salen a la luz. Tomé esta enseñanza tanto
para lo bueno como para lo malo.
Y mi silencio un buen día habló, y al hacerlo, me sumió en
una terrible depresión.
La depresión no es una palabra con la que tontear. No es un
juego, ni algo superfluo. No es solo estar triste, no es solo llorar o, como
tuve que soportar oír, un simple “mal de amores”.
No… no se juega con esa palabra.
No sabría expresarme acertadamente para describir qué es o
qué se siente ya que es algo bastante subjetivo.
Pero voy a describir
mínimamente con una metáfora lo que yo sentí.
“Estás en una gran sala de un bello teatro. Tú eres el
protagonista de la obra y en el público hay mucha gente, la que conoces y los
que aún están por conocer. Estás en plena actuación, venciendo tus miedos
escénicos y tus pudores, y de repente, cortan el micrófono. Entonces dejan de
oírte, hablas más alto, pero ni aun así consigues llegarles. Con terror eres
testigo de cómo todos los equipos técnicos se marchan de sus puestos y prevés
que algo peor está por acontecer… Ves la cara del público, extrañado y
aturdido, y tratas de guardar el tipo sabiendo que algo va muy mal. Haces lo
que puedes por mantener la normalidad hasta que, sin previo aviso y de golpe,
todas las luces se apagan. Todas. Y tú estás en mitad del gran escenario, ya no
ves a nadie, apenas alcanzas a distinguir tu mano si la elevas. Y muerta del
miedo, porque siempre te asustó la oscuridad, te quedas paralizada. Aterrada e
inmóvil, sin saber qué pasa y qué vas a hacer para solucionarlo. Tu mente está
desconectada. Y por primera vez, sientes el frío gélido de la soledad.”
Esa es mi forma de explicar lo que sucedió en mi vida.
Muchas personas no entendieron la desagradable situación
echando por tierra su alcance. Otras me hacían sentir estúpida por estar “así”.
Y cada vez me encerraba más en la parálisis, sintiéndome incapaz de explicar el
miedo que tenía.
Mis ojos clamaban auxilio, pero mis labios estaban mudos.
No pude escribir… esa fue una parte dura del silencio. A
veces, me daban brotes de necesidad, tomaba un papel y un boli y me urgía
vomitar en él mis pensamientos, pero al releerlos al cabo de los días los
rompía en mil pedazos asustada por lo que había plasmado en ellos.
Describir
con detalles mi calvario personal me parece grotesco e innecesario, creo que
quienes me conocen han visto con sus propios ojos mi agonía. Y quienes no me
conocen, sepan que sufrí hasta que el dolor me condujo a donde estoy ahora.
Y
de ese lugar quiero hablar, ya que es inherente al otro.
Me encuentro en una situación a la que he llamado
“Incomodidad”.
Incomodidad es una antesala, un estado en el que te
empiezas a encontrar cuando estás cansada de no ver. Cuando poco a poco te han
llegado los primeros atisbos de luz y unos leves susurros. Sientes como tras
tanto tiempo, el simple placer de escuchar una pieza musical que te guste, se
convierte en una experiencia sensacional; y digo sensacional, porque tus
sentidos recobran la vida tras el letargo devolviéndote el “sentir”.
Y eso,
¡oh, cielos!, eso es maravilloso.
Entonces, tras las tinieblas que van quedando atrás,
comienzas a reflexionar y a meditar sobre todas las cosas que son importantes
en tu propia vida y en tu propia persona, y vas dando paso al perdón y a la
aceptación. El miedo sigue presente, pero debilitado porque la aceptación lo
aturde.
Un día decides poner toda tu atención en ver y escuchar el
mundo que te rodea. Tanta oscuridad te ha desgastado los ojos, por paradójico
que parezca, y te duelen al ver la luz, pero dejas que entre. Abres las
cortinas, te desabrochas la camisa y dejas que el sol penetre en tu pecho y en
tu rostro, sientes el calor y se te dibuja una sonrisa sin quererlo.
Cierras los ojos para oír mejor… -unos pájaros, mamá
cocinando, la brisa, tu propia respiración… -Oyes y sientes. Ves y observas.
Observas y reflexionas.
Reflexionas y perdonas a la vez que aceptas que no eres
defectuosa. Que lo único en lo que debería mejorar un ser humano es en ser más
humano, y que cada uno somos únicos y eso es nuestro tesoro.
Pero no es un cuento de hadas y la huella ya está marcada a
fuego. Quien desciende a su propio infierno, nunca vuelve a ser el mismo.
Quizá aquel ímpetu de mi juventud, ese
fervor por la vida, esa inocencia, hayan muerto para siempre. Ahora me cuesta
sonreír, me cuesta confiar y aún estoy trabajando la parte del “amar”. Soy una
persona herida, pero consciente.
En ciertas cosas podría decir que he mejorado,
pero… ¿acaso ser comedida y taciturna es mejor que fuerte y vital?
Lo cierto es que hay cosas que no volverán. Hay que
adaptarse y no desesperar ante la oscuridad, pues si sabes domarla te mostrará
cosas muy interesantes a nivel introspectivo. Y no deseo a nadie pasar por una
depresión, pero a veces los caminos más crueles sacan de nosotros fuerzas
dormidas y las invitan a quedarse.
Han sido dos años terribles, duros y desesperantes. Pero recuerdo una voz interior
que me decía constantemente “No Tengas Miedo”…era mi esperanza hablándome desde
lo más profundo, la única luz que nunca se apagó del todo.
La antesala, “Incomodidad”, me está dando la fuerza para
comenzar el ascenso. Ya no quiero estar más tiempo a oscuras, quiero salir de
nuevo y decirle “¡Hola!” al mundo. Quiero regresar.
No sin olvidar jamás lo que
lo produjo, no sin haber extraído de todo esto una tremenda lección de vida, no
sin dar las gracias a quienes me acompañaron y a quienes hicieron lo que
pudieron por ayudarme.
He tomado mis pedazos para reconstruirme.
"Kintsukuroi"
Madre Luna
En la calmada noche del 4 de Febrero de 2016.
Quiero dedicar muy especialmente este relato a unas
personas muy especiales:
A mi fuerte y valerosa Madre y a mi tierno y sabio Padre.
A mis Maravillosos y Mayúsculos Amigos: Txus, Fernando y
Yaiza, quienes han sido mi mejor medicina. Mis ojos, mi aliento y mis piernas
cuando no tuve fuerzas. Mi Mayor Inspiración.
Mis “electricistas”. Con el corazón
en la mano os digo queridos míos, que sois de las mejores personas con las que
me ha premiado la vida. Os quiero Muchísimo.
A mi Hermana, que siempre estuvo a mi lado. Siempre. Tú
fuiste mi conexión con el mundo, y contigo, volví a él.
A mi Queridísima Amiga Susana, con quien comparto un sueño
que me ha dado fuerzas para seguir. A tu lado encuentro Paz.
A mi Buen Amigo Piel Roja, por tanto apoyo, por tanta ayuda,
por tanta sabiduría.Quien a través de
epístolas me orientó hacía la reflexión y el entendimiento.
Y Gracias a mis “Amarillos”, que siempre estáis por ahí
dándome alguna señal.
¡Recomencemos!