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martes, 27 de diciembre de 2011

Ojos de Gata

Me miraste… con esos ojos de gata
No sé muy bien qué es lo que me empujó a levantarme de la silla.
Con suma elegancia, y dejándome contemplar como aquel vestido acariciaba tus piernas,  también te levantabas. 
Sentí un latigazo de fuego que recorría mi sangre.
Te paraste en el otro lado de la pista, jugando traviesa con tus cabellos, mientras tus ojos me seguían.
La pista estaba llena de bailarines, pero eran tus ojos lo único que veía.
Sin darme cuenta avanzaba hacia ti. Tu caminar era lento; en cada paso podía apreciar como tus caderas rozaban una y otra vez la suave tela del vestido.
Mi pulso se convierte en un caballo salvaje, cada vez estás más cerca.
Me llegan las primeras notas de tu perfume, tan misterioso como tú. 
Y cuando estás frente a mi, me regalas de nuevo esa mirada felina.
No consigo mencionar ni una sola palabra, ni siquiera alcanzo a decir mi nombre… me quedo mudo.
Pero sobran las palabras, tus ojos me están hablando desde el momento en que me miraron por primera vez.
La gente sigue hipnotizada en su baile… nadie se da cuenta de que ella y yo, estamos parados en medio de la pista; mirándonos sin decir  una palabra, sin mover un músculo, solos ella y yo.

Ojos de color chocolate encerrando tristezas calladas con maquillaje. No puedo dejar de mirarlos…
Te ofrezco mi mano izquierda mientras la derecha espera a sentir el tacto de la piel de tu espalda. Miras al piso y lentamente acompañas el movimiento de tu mano, con una dulce mirada.
Siento su suavidad cuando se une a la mía.
Te acerco a mi pecho, y sin que te des cuenta, cierro los ojos para sentir el roce de tu cuerpo sin verlo llegar. Suavemente conduzco mi mano derecha hacia el dulce encuentro con tu espalda.

Al tocar tu piel, noto como te estremeces, y de nuevo, nuestros ojos se buscan para hablarse. Tu mirada ésta vez me habla de deseo; pero también de miedo y desconfianza. Y yo, total y absolutamente ensimismado en tus ojos, solo consigo regalarte una tímida sonrisa. 

Tu mano izquierda recorre sigilosa mis hombros, y levemente, acaricia mi cuello.
Y en este momento, en que el Tango abrazó a dos desconocidos, me siento afortunado de que ésta mágica danza encierre tantos misterios y emociones.
Te aprieto contra mi cuerpo y siento como tu corazón late descontrolado, al igual que el mío. No corre ni un hilo de aire entre nosotros, ahora ya no somos dos… somos uno.
Cierro de nuevo los ojos, y noto como los acordes del bandoneón asaltan mis sentidos; a continuación, los violines, que suenan como quejidos del alma erizan mi piel. Aún seguimos quietos, quietos pero unidos en este abrazo eterno. Solo tú, solo yo, y esta maldita música que embriaga mi corazón.
Te muevo suavemente, y tú, amada mía, respondes a mi movimiento con suma elegancia. Tus piernas son como plumas que sedosas viajan por la pista; rozan las mías, y provocan el deseo de seguir abrazado a ti, tanto como pueda. 

Me cautivas a cada paso. Haces de un tango cualquiera, una historia de pasión.
 Me miras, y tus ojos felinos me desafían. Desde las sillas, hombres y mujeres te miran. ¿Por qué no eres mía? 
Bailamos cada vez más fuerte, la pasión se desborda, me acaricias la cara y siento tus labios cerca, demasiado para soportarlo.
Labios magnéticos que me llaman, que me piden sin pedirlo que los roce.

La canción va llegando a su fin y desespero en la sola idea de separarme de tu calor.
En los últimos acordes estallas, tus pasos son furiosos, llenos de pasión. Entre tus piernas entran las mías. Con cada giro me regalas una mirada, en cada golpe de bandoneón siento como te aprietas contra mi cuerpo.
No quiero que acabe nunca, no puedo dejar que te vallas, no puedes partirme así el alma.
Pero todo llega y la canción acaba.

Jadeante me miras, no puedo articular palabra, esto jamás me había ocurrido. Te separas.

Y en ese momento, tu voz me habla:

- No sé de dónde has salido... me llamo Natalia.

-Déjame que yo te llame… Ojos de Gata.

Me sonríes, y con dulzura, me acaricias la cara.
Y tras esa pequeña esperanza…
Te marchaste, sin decir dónde me esperabas.

Bailarina errante
De alma solitaria.

                                                                                                                                          
                               MADRE LUNA                                                               
Dedicado al hombre de la lágrima negra tatuada en la cara.
En la milonga La Catedral de Buenos Aires.    
Jamás llegué a saber tu nombre. 
Pero si la vida y sus casualidades me hiciesen el favor, espero que algún día leas éste relato.